Saber que se está en la etapa final de la vida puede suponer un gran impacto emocional que afecte tanto a la persona que enfrenta la muerte, como a sus seres queridos. A menudo, esta circunstancia lleva a situaciones de ansiedad, tristeza y miedo. Preguntas sobre qué sucederá después del fallecimiento y cómo será el proceso de final de vida pueden generar tensiones emocionales. Muchas personas se enfrentan, en esos momentos, a una reflexión sobre la representación de sus vidas y buscan un sentido más profundo a su existencia.
Las personas allegadas pueden padecer una angustia considerable al encontrarse ante la pérdida inminente de su ser querido. Igualmente, pueden experimentar sentimientos de culpa o remordimiento relacionados con pensamientos, sentimientos o intenciones no dichas o no hechas, así como preguntas sobre si podrían haber hecho más para ayudar.
En estas situaciones, el proceso de duelo no siempre comienza después de la muerte; a menudo, los familiares comienzan a experimentar el duelo mientras el ser querido aún está vivo. Este proceso puede ser complicado y desafiante desde el punto de vista emocional.
Es importante reconocer que el impacto emocional del final de la vida es único para cada persona y su entorno. De esta manera, es necesario ofrecer un buen soporte emocional a la persona, así como a los familiares, abordando las necesidades específicas, creando un entorno que fomente la compasión, la dignidad y el bienestar emocional. Para ello, algunos aspectos claves, son:
- Fomentar, desde la institución, una comunicación abierta y honesta, proporcionando información clara sobre la situación médica y el proceso de morir. Se ha de respetar siempre la autonomía de la persona y apoyar sus decisiones, tanto en términos de tratamiento médico como en asuntos personales. Esto ayuda a la persona a mantener un sentido de control sobre su propia vida.
- También es conveniente favorecer la conexión interpersonal. Para ello, es importante proporcionar espacios seguros en los que la persona pueda expresar sus pensamientos, emociones, preocupaciones existenciales o preguntas sobre el final de la vida y la muerte. Esto implica escuchar activamente, reconociendo y validando los sentimientos de la persona, ya que le ayuda a sentirse comprendida y aceptada.
- Facilitar la creación de recuerdos positivos, ya sea a través de la organización de reuniones familiares, la grabación de mensajes o la conservación de momentos especiales, puede ser igualmente positivo. Las experiencias compartidas, las conversaciones significativas y la reflexión sobre la vida pueden proporcionar un sentido de plenitud y cierre.
- Posibilitar el acceso a una atención espiritual o religiosa adecuada a las creencias y demandas de la persona que se encuentra al final de la vida, puede proporcionar apoyo espiritual y consuelo cuando es requerida, y atender las posibles inquietudes trascendentes que se puedan presentar.
- Por último, es fundamental proporcionar apoyo emocional a los familiares antes y después del fallecimiento. Esto puede incluir servicios de duelo individualizados, la disposición de información sobre servicios funerarios y la disponibilidad, por parte de los profesionales, para atender preguntas y preocupaciones.
En conclusión, el soporte emocional a lo largo del proceso de fallecimiento debe ser integral, siendo necesario que pacientes, familiares y cuidadores reciban un apoyo emocional constante y profesional para mejorar los cuidados, trabajando la asimilación, la aceptación y la adaptación a los cambios que se van produciendo. Asimismo, se han de abordar las necesidades emocionales y espirituales, creando un entorno que respalde la dignidad y el bienestar en esta etapa crucial, tanto de la persona en proceso de final de vida, como de sus allegados.