El dolor tiene una repercusión significativa respecto a la calidad de vida tanto física, psíquica como emocional de la persona mayor.
Dra. Rebeca Valera
Médica
IMQ Igurco Bilbozar
El dolor crónico tiene una especial importancia en las personas mayores: entre un 50 y un 80% de la población mayor de 65 años presenta dolor. Éste se define como «una experiencia sensorial o emocional desagradable, asociada a un daño en los tejidos real o potencial». Abarca percepciones, emociones y comportamientos, y existe siempre que un paciente sienta que algo le duele. El dolor crónico origina dependencia cognitiva, física, social y económica. Tiene múltiples repercusiones, entre las que se pueden mencionar depresión, disminución de la socialización, trastornos del sueño y caídas, entre otras.
En función de la temporalidad, el dolor se divide en dolor agudo (originado por una causa conocida y de duración menor a tres meses) y dolor crónico. En función de los mecanismos biológicos, el dolor se clasifica en dolor neuropático, muscular, inflamatorio y dolor mecánico o por compresión.
La valoración del dolor debe incluir la historia clínica, incluyendo patologías que presenta, medicamentos que toma y una valoración geriátrica integral. La entrevista con el paciente es muy importante de cara a un correcto diagnóstico del dolor. En ella hay que interrogar sobre: tiempo de evolución del dolor (cómo y cuándo comenzó), frecuencia (intervalos, regularidad), duración (segundos, minutos, horas, días...), localización (dónde se inicia, si se irradia, superficial o profundo), características (opresivo, pulsátil, latigazos), repercusión en la actividad diaria, si se asocia con otros síntomas o existen factores desencadenantes (náuseas, vómitos, movimientos, luz, medicación, comidas…), factores agravantes (frío, calor, esfuerzos) y factores que lo alivian (reposo, sueño, frío o calor).
Conviene prestar especial atención en la forma en la que los pacientes expresan la sensación de dolor, las palabras o expresiones para describirlo. La exploración debe incluir escalas de evaluación de depresión, ansiedad y asilamiento social, dado que el dolor crónico en ancianos está claramente asociado a la depresión.
Esta valoración es especialmente complicada en pacientes con deterioro cognitivo, sobre todo en estadios avanzados, por las dificultades en identificarlo o expresarlo. En ocasiones únicamente detectamos cambios en el comportamiento de la persona. Existen escalas adaptadas que nos ayudan a identificar la presencia de dolor en estos pacientes.
Opciones terapéuticas
Existen distintas opciones terapéuticas en el abordaje del dolor: Estrategias no farmacológicas (terapias físicas o psicológicas: crioterapia, ejercicio físico, estimulación eléctrica transcutánea, acupuntura, intervenciones psicosociales, técnicas de relajación y visualización, maniobras de distracción e hipnosis), terapias invasivas (bloqueos nerviosos temporales o definitivos, técnicas de radiofrecuencia…) y tratamiento farmacológico (escalera analgésica de la OMS). Una vez establecido el tratamiento específico para el dolor, es importante tener un sistema de evaluación y fijar los objetivos a alcanzar. Se debe realizar una medición del dolor al inicio del tratamiento y reevaluarlo periódicamente para poder ver la respuesta al mismo.
Recomendaciones en el tratamiento del dolor
- Definir objetivos realistas para controlar el dolor. Explicar al paciente y a la familia los objetivos, expectativas, reacciones adversas y limitaciones del tratamiento.
- Responsabilizar a un familiar o cuidador del cumplimiento terapéutico del anciano, en caso de dificultades.
- Creer al enfermo cuando se queja del dolor. Evitar el uso de placebos.
- Todos los pacientes con disminución de la calidad de vida a consecuencia del dolor son candidatos a terapia farmacológica.
- Siempre que sea posible, la vía oral es la de elección.
- Toda posología debe ser simple. Es recomendable dejar una pauta “de rescate” para las crisis de dolor.
- Es necesario prevenir, monitorizar y tratar la aparición de efectos adversos.
- Elegir el medicamento más apropiado en función de la severidad del dolor, comorbilidades asociadas, perfil de reacciones adversas, efectividad y tolerancia.
- Valorar el alivio obtenido y, en caso de control insuficiente del dolor, valorar alternativas.
- Tratar adecuadamente otros síntomas asociados si están presentes.