Amaia Zabala
Fisioterapeuta
IMQ Igurco Orue
Las fracturas de cadera son una de las patologías más frecuentes entre personas de edad avanzada. En las unidades de recuperación funcional de IMQ Igurco suponen el 52% de la población atendida.
Aproximadamente el 90% de los casos ocurren en personas de más de 64 años y repercuten en gran medida en la calidad de vida de las personas que las sufren, ya que cerca del 20% pierde la capacidad de deambular tanto dentro como fuera del hogar. Además, se asocian a un significativo incremento del riesgo de mortalidad entre los 6 y 12 meses de la rotura.
El tratamiento de este tipo de fracturas suele ser habitualmente quirúrgico, lo que supone un riesgo de sufrir complicaciones en el posoperatorio, tales como la retención aguda de orina o luxación de la prótesis.
Todo esto conlleva que la recuperación funcional se vea, a veces, limitada. Tanto es, que sólo entre un 14 y 21% de personas recuperan su capacidad para realizar las actividades instrumentales de la vida diaria tras sufrir una fractura de cadera; por lo que es clave marcar unos objetivos realistas y educar tanto al paciente como a la familia para conseguir llegar a la situación funcional previa y recuperar la autonomía.
En este contexto, se plantea una intervención multidisciplinar en la cual se abordarán todos los aspectos que comprometan la capacidad funcional del paciente. Cabe destacar que, tras su estancia en una unidad de recuperación funcional, los pacientes que han sufrido una fractura de este tipo presentan una ganancia funcional de entre 20.1 y 26 puntos en el índice de Barthel.
La recuperación funcional tiene como finalidad principal recobrar la capacidad para caminar, pues es clave a la hora de lograr la independencia. Por lo tanto, el aspecto más importante del manejo posoperatorio es la movilización precoz, la cual debe comenzar, en caso de ser posible, el primer día después de la operación y de manera progresiva, siempre y cuando no haya contraindicación médica y tomando medidas preventivas para evitar complicaciones respiratorias, vasculares o úlceras por decúbito.
En un primer momento, el tratamiento rehabilitador se centra en la activación progresiva de la extremidad y en mantener y mejorar los rangos articulares. Para ello, se utilizan diferentes técnicas específicas de fisioterapia, como la cinesiterapia pasiva, y se da comienzo a la potenciación muscular mediante ejercicios isométricos. También en las fases más tempranas de la recuperación se trata de aliviar el dolor y prevenir o tratar el edema de la extremidad operada.
Una vez que la tolerancia a la movilización es buena, se empieza la reeducación de la marcha y el fortalecimiento de grupos musculares globales, tanto en la extremidad afectada como en la sana, para lo que en muchas ocasiones es preciso realizar una intervención nutricional, con un refuerzo proteico de la dieta habitual o plantear una suplementación nutricional oral.
A la hora de trabajar la deambulación, los primeros pasos se realizan con asistencia de ayudas técnicas: marcha con andador y apoyo en tres puntos al principio. Progresivamente se pasa, si es posible, a marcha con dos muletas, bastón u otra ayuda técnica que se considere oportuna.
En las últimas fases del tratamiento, se trabaja la deambulación en terrenos irregulares y en escaleras, así como ejercicios de equilibrio más complejos como el apoyo unipodal o la marcha en tándem.
De esta manera, se engloban en el tratamiento todas las capacidades funcionales necesarias para facilitar la vuelta del paciente a su domicilio habitual y recuperar una vida independiente.
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