Elena Beristain
Directora
IMQ Igurco Araba
Hace años era impensable que las personas con discapacidad tuvieran que afrontar el envejecimiento ya que, mayoritariamente, no alcanzaban una edad avanzada y su esperanza de vida era muy corta.
Se estima que 1,5 millones de personas con discapacidad afrontarán el envejecimiento en España durante los próximos años, por lo tanto, sumarán la realidad de asumir la vejez a su situación de persona con discapacidad.
Actualmente nos encontramos ante un colectivo muy amplio en torno a la discapacidad y la edad avanzada. Por un lado, nos encontramos ante el envejecimiento de las personas con discapacidad sobrevenida, gracias a una mejora en los cuidados y apoyos; y por otro, con aquellas personas que a lo largo de su vida han adquirido una discapacidad, probabilidad que aumenta según se avanza en edad, en un contexto de aumento de la esperanza de vida.
Ambas situaciones anteriores dan lugar a dos principales problemáticas comunes. En primer lugar, impiden que las personas puedan realizar de manera autónoma actividades básicas de la vida diaria. Y en segundo lugar, van desapareciendo las redes familiares que prestan apoyos en el hogar.
En relación a la idoneidad de los recursos sociosanitarios para las personas con discapacidad envejecida, hemos de preguntarnos: ¿verdaderamente debemos crear nuevos recursos para las personas con discapacidad sobrevenida y con edad avanzada o, simplemente, debemos orientar nuestros esfuerzos en mejorar los recursos existentes para las personas mayores, en donde la gran mayoría ya cuenta con una discapacidad adquirida durante su envejecimiento?
Según los datos recogidos en la Encuesta sobre Discapacidad, Autonomía Personal y Situaciones de Dependencia (EDAD), de 2008, ya se refleja cómo el número de discapacidades se incrementa en base a la edad (ver el gráfico).
Persona diferente, vejez diferente
Cada persona envejece de un modo diferente atendiendo a sus características personales y sociales, independientemente de que una persona llegue o no a los 65 años o con una determinada discapacidad.
Por todo ello, más que una diferenciación entre recursos para personas envejecidas, atendiendo a que su discapacidad sea sobrevenida o no, la clave parte en el modelo de atención. El modelo debe ir enfocado a:
- el concepto y el constructo de ‘calidad de vida’;
- el Paradigma y el Modelo de Apoyos;
- la Planificación Centrada en la Persona;
- y el Apoyo Conductual Positivo.
Tanto el Modelo de Apoyos como el Apoyo Conductual Positivo deben gestionarse a través de una planificación individualizada capaz de establecer qué apoyos concretos necesita la persona para conseguir sus logros y expectativas en base a sus necesidades, a sus deseos y a sus preferencias; es decir, mediante una Planificación Centrada en la Persona;
En este Modelo de Apoyos, su planificación debe orientarse a la mejora de la calidad de vida de la persona, ya que es el único modo de entender que esa persona tiene unos derechos y en donde los apoyos establecidos vayan acordes con el respeto de aquéllos.
Durante los años de desarrollo y evolución hacia el modelo de atención centrado en la persona, y tras repetidos análisis, reflexiones y debates, se ha detectado la necesidad de desarrollar un modelo que implique más a las familias en los cuidados, así como también una mayor implicación de las y los profesionales en el ámbito emocional e, incluso, contribuir a una mayor participación del entorno y la comunidad. Debemos ir evolucionando hacia un nuevo modelo centrado en las relaciones.
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